Crónicas de Eratóstenes

Pan de Cazón

Pretendió no ser un día como todos desde el inicio. El sol transpiraba un tono violáceo poco usual por entre los cirros y nimbos danzarines del atardecer, se respiraba la grandeza del universo hasta en el perfume del bosque. Y es que ése día, el mundo había dejado de ser plano, y el Gran Arquitecto del universo se sentía complacido de que se empezara a apreciar la grandeza de su obra. Sí, el buen Eratóstenes por fin había concluido la enorme tarea de establecer la forma del mundo. No tuvo que utilizar embarcaciones, ni artefactos voladores o de combustión, ni computadoras. Sólo necesitó observar con detenimiento lo que todos podían ver.
El buen Eratóstenes, sintiéndose satisfecho con su trabajo, salió a caminar por entre la gente de la ciudad. Todo seguía igual para ellos. Las mismas personas haciendo las mismas cosas. Pero algo había cambiado ese día, aunque los gobernantes y hombres de ciencia tardarían todavía siglos en aceptar que el buen Eratóstenes tenía razón, y eso no fue causa de desaliento. Él sabía que tenía razón. Continuó ensordecido viendo a la gente en su ir y venir, y pensó sin decir nada: – Lo único que falta es que algún político importante declare que el mundo es redondo para que termine de redondearse. Le harán más caso a lo que les prometan en campaña que a lo que pueden ver con sus propios ojos. Por eso me gusta el pan de cazón de Doña Ileana, es redondo o plano según lo quiera uno ver y así le da gusto a todos. ¡Esa filosofía sí es democrática y nutritiva!

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